(Aquí tu nombre):
Las cartas comunes suelen empezar con saludos y buenos deseos. Esta carta no, porque comienza con algo menos ordinario y mucho más bonito: tu nombre. Por lo anterior entremos ya en materia (aquí debes imaginar que me llevo el puño a la boca y toso en gesto de seriedad y elocuencia para luego comenzar a leer lo que abajo escribo).
Una de las cosas que me más me gustan en el mundo es escribir. ¿Por qué? Pues porque es la única forma en que podemos encapsular un instante. Las letras, en papel o en bits, son lo mismo: “patadas de ahogado contra el olvido”.
Quiero recordar el día de hoy.
No te escribo porque el olvido me aterre (No me sé el nombre de ninguno de mis 16 tatarabuelos y sin embargo, estoy aquí porque algo queda siempre) sino porque con el paso del tiempo uno suele olvidar, por vicio o perversión, los días bonitos (caigo en la cuenta que no puedo recordar cual ha sido el peor día de mi vida, por lo que puedo adivinar que no fue tan malo) y eso señorita, no es de dios (con minúscula). Dicen las abuelitas que es de bien nacidos ser agradecidos y esta carta es la manifestación de mi agradecimiento por la experiencia, repito como tartamudo, el día de hoy.
Me cuestionaste por agradecer tu presencia, pero ¿Por qué no agradecer que me ayudaras a manufacturar este día? Que dicho sea de paso, me ha costado 36 años (aunque opines que dicha afirmación es sólo una tarugada mía, amo que me contradigas) y una caminata por el centro de la ciudad.
Lo único que tenemos es hoy.
Hoy en particular, estuvimos los dos compartiendo por alrededor de siete horas (2 y 7). Hoy, te conocí un poco más, con un poco quiero decir un muy poquísimo. Descubrí detrás de tus lentes sucios (como siempre los traía yo cuando los usaba) unos ojos enormes que esquivaban mi mirada por alguna razón. Hoy advertí unas pecas regadas por tus manos blancas. Miré detenidamente por primera vez tu largo cuerpo mientras arreglabas ese trámite que hará llegar tu paquete de envío a no sé dónde. Hoy aprendí de tus recuerdos y me fascine del hecho que te pararas conmigo para salir del restaurante sin pagar (aunque finalmente pagamos). Hoy la dopamina corría por mis venas cuando te reías de mis estupideces y no hay mejor droga que esa. Hoy me hiciste hacer el bien aunque me invitaste al mal.
No importa en donde estés mañana, porque ya es mío el día de hoy.
El día de hoy se ha convertido finalmente en un campo semántico extraordinario, que agrupa por capricho los siguientes elementos: pasteles, elotes, paquetes de envío, carcajadas, sushi, lentes, choques de autos, pecas hermosas, ojos gigantes, tú y yo.
Hoy fue un día memorable, hoy es un día memorable y merece pues quedar encapsulado en forma de esta carta, que ahora es tuya y que como sabes comienza de una manera hermosa y extraordinaria: con tu nombre en mi memoria.
Gracias.
Pável
No hay comentarios.:
Publicar un comentario