A veces fuiste el cielo en mi mirada. Caminaste por mis manos. Tus
manos llevaban la bomba que en mi pecho no hacía más que mencionar las letras
de tu nombre.
Te perdí en algún momento antes de encontrarme apareciendo en este
mundo ya sin ti. Te busqué desde que pude comprender que me faltabas.
Estabas en los ojos orientales del te quiero. La urgencia de encontrarte
me llenaba de angustia pero también alegría, una sensación insoluble, una
solución transparente de dos sustancias improbables e inmiscibles. Te perdí.
Estabas en el cabello limpio del te cuido. Fui tan feliz viviendo junto
a ti, jarrón celeste lleno de miel y almohadas. Estuve cuando tu pelo era negro
y cuando se volvió grisáceo, te robé la vida, lo sé. Pero la perdí al perderte,
las perdí a las dos. Me escapé.
Estabas en las axilas húmedas del te uso. Fuiste sangre y sal,
claroscuros destellantes. Te bebí y olí, abreve tanta vida que puse lo que pude
en los cajones de toda mi casa. Pero se acabó el capricho como se acaba un
perfume caro. Me abandonaste.
Estabas en la boca rosa del te deseo. Se une el hueso con la plata en
el centro de un volcán, unión improbable y exquisita. Los vapores galopantes de los pulmones rugían la
eternidad que encontrábamos en la fugaz luz del éxtasis en nuestros labios. Nos
separamos.
Estabas en las manos suaves del
te necesito. Cuando no queda más que optar por ese camino, ese que ha sido
miles de veces recorrido, te queda una sensación pegajosa en las manos. Almizcle? No lo sé, pero si te busqué ahí fue por desesperado. Y te busqué ahí como el que traga el agua del mar con la intensión de calmar la sed. Bien sabemos que no
hay más que muerte al final de ese camino.
Estabas ahí, eso creía, eso quería creer. Eso me obligué a creer. Pero
no estabas, ni estuviste.
Me persigues en mi vida diurna, como haces en mis sueños: Súcubo de manos hermosas y ortografía perfecta, de particularidades innecesarias pero indispensables. En mi afán de encontrarte me
arrastro a escoger un color diferente al azul porque quiero agradarte a toda costa... porque muero por morirme entre tus brazos.
Me he preguntado miles de veces. ¿Dónde estás? Más bien, te he preguntado mil veces ¿Dónde estás corazón?
Pero tú no respondes.
Te buscaré en el te amo.
Aunque hay que pensar que la Señora Esperanza tal vez ya murió o que quizás
simplemente, mujer, tú nunca exististe y tal sólo eres, lo que siempre fuiste:
el cielo en mi mirada.