Querida tú:
La magia del primer amor radica en la idea de que nunca va a acabar. Con los años descubres, a punta de golpes y corazones rotos, que todo acaba.
Un día te encuentras a la mitad de tu vida, miras alrededor, las imágenes son conocidas, cómodas y amables. Aceptas que la vida no tiene orden ni partitura pero decides continuar el viaje.
Sabes que en el universo las historias se repiten. Así como todos los hombres nacen, todos mueren. Los personajes cambian de nombre y de lugar, pero argumento es siempre el mismo.
Conoces las historias de amor y deseo, estás familiarizado con ellas. Sabes que se ha repetido muchas veces, como las historias de odio, gloria y conquista; entiendes que no hay singularidad en este universo. Lo que pasa una vez puede que no vuelva a pasar, pero lo que pasa dos veces, siempre ocurre una tercera vez, lo que significa que las historias de amor se encontraran acompañando a la humanidad hasta que el último aliento salga del último pulmón del último hombre o mujer que abandone la existencia.
Cierto día miras tu piel, no es tan verde como antes, las ramas de tu pecho comienzan a marchitarse y secarse, cronos es hermoso pero implacable. Buscas en los labios de las mujeres comunes saliva para abrevar tus ramas debido a tu incipiente necesidad de humedad, las bebes con la esperanza de no secarte hasta el tuétano. Tienes hambre y sed, pero no tienes urgencia de alimento, quieres saciar ésta lengua seca como piedra al sol. Sin esperanza alguna, la última gota abandona tu cuerpo. En ese momento ya no tienes sed pues te has convertido en la sed misma.
Has leído en los libros que el amor a veces entra por los ojos de los reyes, los emperadores y hasta los dioses, para llegar a la manzana de su pecho en donde el amor fecunda la semilla en su interior. De la cual, en contadas ocasiones germina una flor. Por esta flor tan extraña, se han perdido reinos enteros, los hombres se han vuelto locos y más de una guerra ha sido desatada.
Has visitado y explorado muchos pares de ojos, muchos labios, has buscado en decenas de obscuras noches a Helena de Troya con la esperanza de que con ayuda de su humedad, se logre fecundar tu estéril semilla. Finalmente te envuelves en tu sequedad, detienes la búsqueda, construyes tu casa y dejas de soñar.
Sin embargo, un día, la vida te confirma la ausencia de sentido (para variar) al obrar un milagro: de la nada y de repente llueve. Los diamantes de las noches deciden dejar caer sobre el suelo la más hermosa de todas las lluvias.
Esta lluvia tiene forma de mujer-niña. La observar y parece que la conoces desde siempre. Entra por tus ojos y viaja por tu cuerpo humectando tu seco corazón.Eres sed y ella es lluvia.
No sabes nada de ella, no sabes de qué río viene o a donde va. Pero hay algo que pareces saber con toda certeza: la lluvia cesará. Aún así te rindes ante ella, y su humedad riega tu semilla.
A pesar de los pesares te enamoras con locura e imprudencia, como si fueras un amante inexperto. Recuerdas que así como el Rey David deseaba a Bétsabe y así como John se enamoró de Marilyn, tú eres sed y estás destinado a desear y enamorarte de la lluvia.
Decides, contra toda lógica, ahogarte en ésta lluvia milagrosa y te empapas de ella y en ella. Te dejas cubrir de su dulce humedad, de sus caderas, sus gruesas y hermosas piernas, de la suavidad de su piel de porcelana, de sus mejillas rosas, de sus moños, de sus uñas sucias, de su ombligo, de su dulce voz, de su sonrisa fugitiva, de sus senos perfectos, sus ojos... sobre todo de sus ojos, del bendito blanco de sus ojos.
Un día, la lluvia cae cerca de ti. No sólo es una imagen húmeda a la distancia, sino que es real y se encuentra cerca de ti... ¡sí! ¡Cerca de ti!
Vives cuando la lluvia te platica sobre el mundo y los lugares que ha mojado. Te enamoras de ella y envidias ese mundo de humedades en el que vive y al que eres ajeno. Vives un poco más cuando bebes de sus besos. Son besos deliciosos, empapados en la más fresca de las gotas de rocío. Nadas en el manantial de sus deseos y te fundes en ellos. Disfrutas del calor de tu vientre cuando peleas por mantenerla junto a ti en esa efervescencia que se agita y galopa, como vapor dentro de una locomotora, cuando la sed se mezcla con la lluvia.
Vives cuando tragas su aliento. Te llenas de agua cuando sus manos recurren las grietas secas de tu egoísta y pálido corazón de traicionero. La lluvia cae del mismo cielo y se riega sobre ti. No puedes comprender lo hermoso del milagro pues te supera: ¡La lluvia cae del centro del mismo cielo carajo! Viene de lo alto hasta el suelo seco de tu corazón. Y nadas en lo más profundo de su feminidad y caes casi muerto de éxtasis.
La lluvia es soberbia y debe serlo, ha vivido atravesando los cielos y solo sabe vivir entre el sol y mundo bajo sus pies. Goza de sentir el amor de los sedientos y de la envidia de las mujeres que la miran desde abajo.
La lluvia te pregunta que te gusta de ella y no sabes que decir. No sabes cómo contestar atinadamente una pregunta con una respuesta tan extensa.
-¿Por qué te gustó? ¿Qué te gusta de mí? Pregunta coqueta la Lluvia a la Sed.
- Me gusta tus ojos. Contestas, te sientes torpe, pues todos los hombres se han enamorado de sus ojos. Pero más me gusta el blanco de tus ojos, que me recuerda a la espuma de esas olas que golpean con fuerza las playas solitarias y se arremolinan cuando el sol calienta al máximo. Suspiras.
-Me gustan tus pestañas y tus cejas, tus cejas se parecen a las líneas que dibujan los artistas debajo de su nombre cuando firman sus obras maestras, son líneas seguras y completas. Lo dices con miedo pues no sabes que quieres decir. Sólo sabes que te gusta lo hermoso que se ven sobre sus ojos.
-Mi color favorito es el azul. Le dices con esa cara de niño que pones cuando la miras. Pero me gusta más el color de tu piel. El rosa de tus mejillas cuando hacemos el amor es más bello que el más bello de todos los azules.
-Me gusta tu nariz, tan perfecta que parece haber sido tallada en mármol blanco/rosa por el más obsesivo de los escultores.
-Tus labios me gustan mucho también, pero más me gusta tu labio inferior cuando lo tengo entre mis dientes y su color verdadero, al cual sólo puedes acceder cuando los has besado por muchas horas. Lo dices mientras miras hacia arriba, recordando.
-Me encanta tu lengua y más me gusta cuando baña mi cuello o mis pezones. Me gusta tu cuello y tu cabello, me encanta olerlo y sentir como cae como lluvia de octubre sobre mi cara cuando te sientas sobre mí. Pero más me gusta olerte, me encanta tu aliento y el olor de tu cabello, me gusta el olor de tu cuello y tus axilas, el olor de los vellos que viajan de tu ombligo a tu plexo solar, me encantan el olor que nace de tu sexo y que nace de tus rodillas. Le recuerdas que el sentido del gusto activa directamente al cerebro y que olerla es tan poderoso como poner sal en una herida.
-Me gustas toda, me encanta tu cuerpo, tu cintura y tus caderas. Me gustan tus caderas de hembra, no de mujer, mujeres hay millones, tus caderas son de hembra, de ese ser femenino que podría poblar la tierra con hermosas nuevas criaturas. Me gustan tus pezones. Le recuerdas que son círculos perfectos como las dos monedas que debes dar a Caronte para atravesar el río.
-Me gustan tus piernas delicadas pero fuertes, lo suficientemente poderosas para recorrer el mundo a pie y conquistar todos los países que visites. Me gustan tus brazos que sostienen en sus extremos ese ramo de dedos delgados y femeninos que tienes por manos. Me encantan tus uñas sucias. Lo dices mientras recuerdas nuevamente el delicioso olor de sus cabellos.
-Me gusta tu espalda pero más lo hermoso que se ve el mundo cuando estoy frente a ella y lo único que miro es tu piel desnuda. Lo dices mientras cierras los ojos para recordar nuevamente la última vez que la viste y lo hermoso que luce el mundo cuando estás con ella.
-Me encanta tu vagina, sus pliegues y sus brillos, su olor y suavidad, su calor abrazador y la sensación que me da de haberlo conquistado todo, de haber alcanzado la máxima expresión de la existencia. Le recuerdas que no entendías como era posible que algunas culturas consideraran el sexo como una forma de alcanzar a dios, pues aunque encuentras el sexo delicioso nunca ha sido una experiencia religiosa. Sabes que cambiaste de opinión el día que tuviste la dicha de conocer a la lluvia y perderte del mundo a través de sus refrescantes humedades.
-Me gusta desparecer del mundo cuando estoy contigo, que no haya guerras ni sequías, ni reinos, ni fiestas ni cielo o infierno, sólo la lluvia y la sed encerrados dentro de una caja de 4 paredes. Me gustan los orgasmos que nos regalamos y el sabor de tu sudor, me gustan todos los rincones de cuerpo y toda tú. Lo dices apretando los puños como si trataran de mantener entre tus manos el recuerdo.
-Me gusta tu voz y tu mente, me gustan tus mentiras y tus trampas, me gustan tus palabras y tu vida, me gusta haberte encontrado y me gusta sentir que la semilla germina, que tal vez no estoy tan seco. Le recuerdas que alguna vez pensaste en acabar con tu vida y que agradeces a Dios cada día el no haberlo hecho porque de haber sido así, no la habrías encontrado. No habrías conocido la dicha de mirarla, olerla, sentirla, probarla, escucharla, de respirar ferozmente, de beber de su pecho, de nadar en sus labios, de existir.
-Me gusta tus dos nombres y como suenan juntos. El primero es dulce y pacífico. El segundo es poderoso como un golpe sobre la mesa. Así eres, mujer al fin, lluvia con arcoíris y lluvia con vientos huracanados.
-Pero más que nada me gusta que tengas un pésimo gusto por los sedientos sobre los que decides posarte. Lo dices para hacerla reír, porque nada te gusta más que la sonrisa honesta y sincera que logras observar cuando ella baja la guardia y deja de esconder su sonrisa. Lo hermoso que luce su rostro de lluvia cuando sonríe.
-Me gusta más que nadie, más que nada. Piensas que sólo podría haber alguien más hermosa que ella: La única persona podría ser, quizás, su hija. Lo piensas mientras la ves alejarse de ti para perderse nuevamente por varios días.
Sabes que un día volverá a salir el sol. No habrá en el piso nada más que un corazón, o dos, o más rotos. Pero no te importa, no sabes si por egoísta o por idiota.Entiendes perfectamente que no puede contener en tus manos la luz del sol, no puedes guardar en los cajones el azul de las noches, ni puede quedar sobre tu piel el sudor para siempre.
Le dejas de temer a la muerte, le dejas de temer incluso a la vida… sólo tienes esperanza de ver nacer tu flor y repetir la historia de amor de Romeo y Julieta.
Aunque este sueño del amor de los amores se vuelve realidad, es finalmente, sólo un sueño. Algún día habrás de despertar. No te importa, no te importa y no te importa, aún cuando la lluvia a veces te abandona, llueven tus ojos y te vuelves a secar... no te importa continuar soñando.
La magia del primer amor radica en la idea de que nunca va a acabar. La magia del último es que ya no te importa, pues sabes que en la memoria solo hay lugarpara la eternidad.
PP